He podido darme cuenta de lo frágil que es la salud, de lo fácil que es perderla y de lo difícil que es recuperarla. Pero la experiencia que he vivido me ha permitido darme cuenta de las cosas tan sencillas que pueden hacerse a diario, que no quitan tiempo y que protegen nuestra salud física y mental.
La salud en general, tanto física como mental, se compone de un sinfín de elementos; unos muy evidentes como la alimentación, el ejercicio, el descanso, el sueño y otros muy sutiles como nuestros pensamientos, como el lenguaje que empleamos, como el resentimiento que sentimos cuando alguien nos hace daño, la rabia que experimentamos en diferentes momentos de la vida, el daño que a veces causamos…entre otras tantas cosas.
El primer paso para cuidarnos es desarrollar la propia consciencia que nos lleva de manera natural a ser preventivos vigilando la calidad y la cantidad de nuestra alimentación, haciendo ejercicio varias veces por semana, garantizando un sueño suficientemente largo y reparador, manteniendo un horario sensato de trabajo, tiempo para descansar y disfrutar de experiencias gratas...
El segundo paso nos lleva a ese componente, más sutil pero igualmente fuerte: la ACTITUD. Ver siempre lo negativo, estar siempre esperando que los demás hagan lo que cada uno puede hacer, cargar con resentimientos y odios, querer poseer y exigirte más de lo que puedes ofrecer, entre tantas otras cosas, conllevan a que la salud física y mental se vayan deteriorando. Y a pesar de los esfuerzos de los profesionales o propios por “arreglar” la dolencia de cada uno, el problema se resiste a cambiar porque la ‘mala actitud’ persiste.
Busquemos y detengámonos un momento a escuchar la conciencia de lo maravilloso que es sentirse bien, poder caminar, comer, hacer la digestión, dormir, trabajar, hablar, correr, respirar, sonreír, levantarse de una silla, acostarse,acariciar,sentir entre tantas otras cosas que realizamos diariamente y que casi nadie se detiene a observar, valorar y agradecer.